En los pasillos de Óðin, en medio del coro celestial de los Æsir, avanza Týr, nacido del linaje del Padre Todo, el presagio divino de la guerra, el coraje y el poder del acero sagrado. Aunque la mano cruel del destino se ha apoderado de uno de los suyos, su espíritu arde impávido, un faro de valor en medio del choque de titanes.
Con una sola mano para empuñar la espada, Týr abraza el camino de la izquierda, cada uno de sus golpes es una sinfonía de destreza marcial que infunde miedo en los corazones de los enemigos. En todos los reinos, las espadas llevan la marca de la runa T, una invocación solemne al dios de la batalla, implorando su favor en el crisol del combate.
Aunque velados en las brumas del tiempo, los ecos de los hechos de Týr resuenan en los anales del mito, un testimonio de su elevada estatura entre los parientes divinos. En la saga de dioses y gigantes, su nombre resuena como un guardián incondicional, un centinela de la justicia divina en medio del tumulto del cosmos.
En la hora del peligro, cuando la sombra de Fenrir, engendro de la traición de Loki, se cernía sobre los reinos de los dioses y los mortales por igual, fue el valor de Týr el que resultó primordial. Dos veces los parientes divinos habían intentado encadenar al monstruoso lobo, sólo para ser frustrados por su furia implacable, una terrible amenaza para su propia existencia.
En su hora de necesidad, recurrieron a los enanos, artesanos de la antigua tradición, suplicándoles que forjaran un grillete que pudiera resistir el poder salvaje de Fenrir. De la forja de los dioses surgió Gleipnir, un grillete de fuerza incomparable, tejido con los susurros de la gracia felina, la barba de una doncella y los tendones de la montaña y del oso por igual.
Sin embargo, Fenrir, la astuta bestia, se negó a ceder a su destino y exigió una promesa de confianza de sus parientes divinos. Con resolución inquebrantable, Týr dio un paso adelante y ofreció su mano como muestra de fe, un sacrificio para sellar el pacto. Así atado por el honor, las mandíbulas de Fenrir se cerraron de golpe, separando la carne del hueso, pero Týr se mantuvo firme, su sacrificio fue un testimonio de una resolución inquebrantable frente a la terrible adversidad.
Sólo Týr fue lo suficientemente valiente para hacerlo. Fenrir estaba atado y Gleipnir retenido. El lobo luchó, pero sólo logró estrechar el vínculo. Fenrir gruñó y apretó los dientes. La mano derecha de Týr fue cortada a la altura de la muñeca. Todos los dioses se rieron, excepto Týr. Los dioses ataron el grillete a una cadena, y la cadena a una roca, dejando cautivo a Fenrir.
El lobo siguió aullando. Para silenciarlo, los dioses le metieron una espada en la boca, con la empuñadura en la mandíbula inferior y la punta en el paladar. La sangre y la saliva brotaron formando un gran río. Así silenciado, Fenrir permanece atado hasta el Ragnarök, cuando sus grilletes se romperán y se tragará a Óðin de un solo bocado.