Loki, nacido de parientes de gigantes, fue criado bajo la atenta mirada de Óðin. Maestro de la astucia, tejedor de engaños, camina entre los dioses y su presencia es una tempestad que doblega la voluntad del destino mismo. Padre del temible engendro, de sus entrañas nació Fenrir, el devorador de reyes; Jörmangandr, cuyas espirales venenosas atrapan los cielos; y Hel, soberana de los pasillos sombríos donde los difuntos encuentran consuelo en el frío abrazo de la muerte.
En la saga de los Æsir, Loki es una figura de rostro cambiante, un embaucador cuya astucia no conoce límites. Desde las bromas hasta la traición, su camino serpentea a través de los anales de la leyenda, cada giro es un testimonio de la naturaleza caprichosa de la voluntad divina. Al principio, un bufón, un pícaro cuyas bromas entrañaban risa y peligro a partes iguales, pero con cada giro del destino, su corazón se oscurecía y su risa se convertía en desprecio.
Un catalizador del caos, las mentiras de Loki avivaron las llamas de la discordia entre los parientes divinos, sembrando semillas de conflicto donde antes había armonía. Desde el robo de tesoros hasta la esquila de trenzas doradas, sus hazañas dieron testimonio de un alma consumida por la envidia y el rencor.
Sin embargo, en lo más profundo de su malicia, la sombra de Loki ensombreció los pasillos de Ásgarð, su risa sonó hueca en medio de los ecos del lamento divino. Porque fue él quien, en un momento de locura, derribó al más sabio de los dioses, Baldr, con las manos manchadas con la sangre de la inocencia.
Atado por los tendones de su propia progenie, atrapado en las cavernosas profundidades del tormento eterno, Loki soporta un castigo acorde a sus crímenes. Suspendido en agonía, el goteo venenoso de los colmillos de serpiente dibuja líneas de tormento en su frente, mientras Sigyn, su fiel consorte, lo protege de los estragos de la retribución divina.
Sin embargo, a medida que las edades aumentan y disminuyen, Loki espera su momento, una sombra esperando entre bastidores, su corazón ardiendo con un fuego vengativo que presagiará el crepúsculo de los dioses. Porque cuando Ragnarök descienda sobre los reinos, será Loki quien despliega los estandartes de la perdición, liderando a la horda monstruosa en una batalla final y cataclísmica contra los bastiones del orden divino.
Así, atado a las cadenas del destino, Loki espera la hora del ajuste de cuentas, su risa resuena a través de los siglos como un presagio de fatalidad, su legado es un testimonio de la peligrosa danza del engaño y el destino que atrapa a dioses y mortales por igual.